9. Muchos corren hasta lugares lejanos para visitar las reliquias de los santos y quedan maravillados al oír los hechos prodigiosos cumplidos por ellos; quedan asombrados al mirar los majestuosos edificios de sus templos y besan los sagrados huesos envueltos en sedas tejidas de oro. Tú, en vez, estás aquí, sobre el Altar, frente a mí, Dios mío, Santo de los santos, creador de los hombres y señor de los ángeles.
Con frecuencia lo que mueve a los hombres para ir a visitar objetos que nunca han visto es la curiosidad y la novedad y por eso sacan muy poco fruto, principalmente cuando peregrinan de acá para allá de manera superficial y sin verdadera contrición.
Pero aquí, en el sacramento del altar, tú estás todo presente, Dios mío, Cristo Jesús hombre (1 Tim. 2, 5); aquí, todas las veces que se te recibe dignamente y con devoción, se alcanzan frutos copiosos de salvación eterna. Pero hacia este sacramento no debo llevar la superficialidad, ni la curiosidad y tampoco la atracción de los sentidos, sino una fe segura, una piadosa esperanza y una sincera caridad.
Con frecuencia lo que mueve a los hombres para ir a visitar objetos que nunca han visto es la curiosidad y la novedad y por eso sacan muy poco fruto, principalmente cuando peregrinan de acá para allá de manera superficial y sin verdadera contrición.
Pero aquí, en el sacramento del altar, tú estás todo presente, Dios mío, Cristo Jesús hombre (1 Tim. 2, 5); aquí, todas las veces que se te recibe dignamente y con devoción, se alcanzan frutos copiosos de salvación eterna. Pero hacia este sacramento no debo llevar la superficialidad, ni la curiosidad y tampoco la atracción de los sentidos, sino una fe segura, una piadosa esperanza y una sincera caridad.
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