viernes, 13 de junio de 2014

Junio 13

        3. ¡Oh, cuán poco y bajamente debo juzgarme a mí mismo! ¡En qué pobre consideración debo tener lo poco de bueno que tal vez haya hecho! ¡Oh, Señor! Cuán profundamente me debo anegar en el abismo de tus juicios donde encuentro que no soy otra cosa que nada, y aun menos que nada. Es cosa grande, que supera toda medida; es un océano insondable en el cual no hallo de mi otra cosa una nada total. ¿Por qué entonces me enorgullezco tanto? ¿Por qué confío tanto en mi virtud? Toda vanagloria debe anegarse en la profundidad de los juicios que tú tiene acerca de mí.
     4. ¿Qué es todo hombre en tu presencia? ¿Por ventura podrá el barro gloriarse contra el que lo trabaja? (cfr. Is. 45, 9). ¿Cómo puede engreirse con inútiles alabanzas el corazón que está de verdad sujeto a Dios?
     Ni el mundo entero hará ensoberbecer al hombre subyugado por la Verdad; ni moverá, por mucho que lo alaben, al que ha puesto toda su esperanza en Dios. Porque, todos los que adulan, también son nada; desaparecerán con el sonido de sus palabras; pero la verdad del Señor permanece para siempre (Sal. 116, 2).

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