viernes, 31 de octubre de 2014

Octubre 30

         2. Todos buscan sus intereses personales (Flp. 2, 21); tú no pretendes otra cosa que mi salvación y progreso y todo me lo conviertes en bien.
        Aunque algunas veces me expongas a tentaciones y contrariedades, todo lo ordenas para mi provecho, porque a tus elegidos los sueles probar de mil maneras, y en estas pruebas yo te debo amar y alabar no menos que cuando tú me colmas de alegrías celestiales.

         3. Por lo tanto, Señor Dios, en ti pongo toda mi esperanza, en ti busco mi refugio, en ti confío todas mis tribulaciones y todas mis angustias porque todo lo que miro fuera de ti, todo lo veo débil e inconstante.
       Porque no me servirán los muchos amigos; ni me podrán prestar ayuda oportuna los sabios más prudentes; ni me consolarán los libros de los doctos; ni habrá riqueza tan elevada que me pueda rescatar y liberarme; ni habrá lugar secreto y apartado que pueda defenderme, si tú, personalmente, no estás presente para asistirme, confortarme, consolarme, instruirme y protegerme.

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