lunes, 20 de octubre de 2014

Octubre 20

         Eres hombre, y no Dios; eres carne, y no de espíritu angélico. ¡Cómo podrías mantenerte siempre en un mismo estado de virtud cuando no lo estuvieron el ángel en el cielo ni el primer hombre en el paraíso?
      Yo soy el que restituyo la dicha a los aflijidos (Job. 5, 11) y a los que reconocen su debilidad los elevo a las alturas de mi divinidad.

      4. Señor, bendita sea tu palabra, dulce para el oído más que la miel y el jugo de panales (Sal. 18, 11) para la boca. ¿Qué haría yo, rodeado de tantas tribulaciones y angustias, si tú no me animaras con tus santas palabras? Con tal de llegar al puerto de la salvación, ¿qué me importa lo que habré sufrido y soportado?
      Concédeme Señor, un término feliz; otórgame un venturoso traspaso de este al otro mundo. Acuérdate de mí, Dios mío (Neh. 13, 22) y llévame a tu reino por el camino más recto. Amén.

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