sábado, 30 de agosto de 2014

Agosto 30

         4. Con cuánta prudencia nos advertiste que nos guardáramos de los hombres, que los enemigos del hombre son los de su casa (Mt. 10, 36), y que no debemos prestarle fe al que afirma que está aquí o está allá (Mt. 24, 23; Mc. 13, 21). Lo he aprendido con escarmiento propio y ojalá que esto me sirva para adquirir una cordura mayor y no para continuar con mi imprudencia.
       Sé prudente, me dice alguien, sé prudente y guarda sólo para ti lo que te voy a decir. Y mientras yo callo y creo que todo es secreto, él no puede ocultar lo que me pidió que silenciara: en seguida, me descubre a mí, se traiciona a sí mismo y se marcha.
       Defiéndeme, Señor, de este género de mentiras y de hombres tan indiscretos y haz que nunca caiga en sus manos, ni yo incurra en semejantes cosas.
       Pon en mi boca la palabra verdadera y segura y aleja de mí el lenguaje torcido. Lo que no quiero sufrir de los demás, yo lo debo evitar de la manera más absoluta.
     

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