sábado, 9 de agosto de 2014

Agosto 7

        3. ¡Oh eterna luz, que estás por encima de toda luz creada!, desde lo alto envía un rayo tuyo que penetre en lo más íntimo de mi corazón. Purifica, alegra, ilumina y vivifica mi espíritu con sus facultades para que se una íntimamente a ti en un jubiloso abandono.
     ¿Cuándo llegará ese tan feliz y suspirado momento en que tú me llenarás con tu presencia y seas para mí todo en todas las cosas? Mientras esto no me sea concedido, no habrá plena alegría para mí.

      Lo afirmo con dolor: en mí vive el hombre viejo, aún no del todo crucificado, no totalmente muerto, porque aún se rebela violentamente contra el espíritu, promueve guerras internas y no permite que el reino del alma viva en paz.
     4. Pero tú, que dominas la soberbia del mar y reprimes la hinchazón de sus olas (sal. 88, 10), levántate y ayúdame (Sal. 43, 24); dispersa a los pueblos que aman la guerra (Sal. 67, 31); con tu poder ahuyéntalos y abátelos (Sal. 58, 12).
     Muéstrame, te lo ruego, tus obras maravillosas para que sea glorificado tu poder, porque no tengo otra esperanza ni otro refugio sino en ti, Señor, Dios mío.

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