martes, 23 de septiembre de 2014

Septiembre 23

        Sobre esta tierra nada sucede que no lo haya dispuesto tu providencia y sin una causa.
      Bueno es para mí, Señor, que me hayas aflijido, para que aprenda tus mandamientos (Sal. 118, 71) y destierre de mi interior toda soberbia y presunción. Es provechoso para mí que la vergüenza haya cubierto mi rostro para que busque consolarme en ti más que en los hombres.
      De tal manera aprendí a temer tu inescrutable juicio con el cual aflijes tanto al justo como al pecador, pero siempre según equidad y justicia.
      5. Sean dadas gracias a ti porque no te mostraste indulgente en castigar mis faltas sino que me aflijiste con duros golpes causándome dolores y provocándome angustias externas e internas.
      Nada de cuanto hay bajo el cielo me puede consolar. Sólo tú, Señor y Dios mío, médico celestial de las almas, que castigas y perdonas, que al infierno haces bajar y de allá vuelves a llamar (Tob. 13, 2). Que tu disciplina me vigile y me instruya tu mismo castigo.

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