miércoles, 2 de julio de 2014

Junio 30

       Mucho se critica al mundo por ser engañoso y fatuo y, no obstante, no nos desprendemos de él, porque los apetitos terrenales aún nos dominan demasiado. Unas cosas nos llevan a amarlo y otras a despreciarlo. Nos incitan a amarlo la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida (1 Jn. 2, 16). Pero las penas y las miserias que sin falta les siguen, engendran odio y aversión al mundo.
     5. Pero, cosa muy triste, los deleites malvados subyugan a aquellos que son dominados por la mundanidad y consideran delicioso el estar acurrucados entre espinas (cfr. Job 30, 7), incapaces, como son, de ver y gustar la dulzura de Dios y la íntima belleza de la virtud.
     Pero aquellos que desprecian totalmente al mundo y se esfuerzan en vivir para Dios bajo la santa disciplina, conocen la bondad divina que fue prometida a los que, con toda sinceridad, han renunciado a sí mismos y ven con toda claridad cuán gravemente yerra el mundo y de cuántas maneras se engaña.

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