domingo, 14 de diciembre de 2014

Diciembre 14

         6. ¡Oh, qué grande y honroso es el ministerio de los sacerdotes, a los cuales se les concede el poder de consagrar, con palabras sagradas, al Señor altísimo, bendecirlo con los labios, tenerlo en sus manos, alimentarse con su propia boca y repartirlo a los demás!
       ¡Qué limpias deben estar las manos, qué pura debe ser la boca, santo el cuerpo e inmaculado el corazón del sacerdote en el cual entra tantas veces el autor de la pureza!
       De los labios del sacerdote, que tantas veces recibe el sacramento de Cristo, sólo debieran salir palabras santas y nada que no fuera honesto y útil.
       7. Los ojos de aquel que suelen mirar el cuerpo de Cristo, deberían ser sin malicia y llenos de pudor; puras y continuamente elevadas hacia el cielo las manos que tocan al creador del cielo y de la tierra. Es especialmente para los sacerdotes lo que se lee en la ley: Sed santos, porque santo soy yo, el Señor Dios vuestro (Lev. 19, 2).
       8. ¡Oh Dios todopoderoso! Ayúdanos con tu gracia a los que hemos sido honrados con la dignidad sacerdotal, para que podamos servirte dignamente con la vida devota, con toda pureza y una conciencia recta. Y si la fragilidad humana no nos permite vivir con la inocencia de costumbres que de nosotros se exige, concédenos por lo menos que lloremos debidamente el mal cometido y que en espíritu de humildad y con un firme propósito, te sirvamos con mayor fervor de aquí en adelante.

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