martes, 16 de diciembre de 2014

Diciembre 16

         3. Cuando yo te conceda la gracia de la devoción, agradécela a tu Dios, que te la entregó no porque tú seas digno sino porque tiene misericordia de ti. Si no la tienes y te sientes muy árido, persevera en la oración, gime, llama y no dejes de hacerlo hasta que hayas merecido por lo menos una migaja o una gota de gracia salvadora. Eres tú quien necesita de mí, no yo de ti.
        No eres tú el que vienes a santificarme a mí, sino que soy yo el que voy a santificarte a ti y a hacerte mejor.
        Tu vienes para ser santificado por mí y para unirte más a mí, para recibir una gracia más abundante y para enfervorizarte más en el camino de la purificación.
        No menosprecies esta gracia (1 Tim. 4, 14); prepara tu corazón con todo cuidado y haz entrar en ti a tu amado.
       4. Es preciso no sólo que te prepares devotamente antes de comulgar, sino que procures conservarte recogido después de haber recibido el sacramento. Tan necesaria es la vigilancia después, como antes de la preparación piadosa, porque el fervor que después se guarda es la mejor disposición para recibir una gracia aún mayor. No tiene buenas aptitudes para esta gracia el que, después de comulgar, se abandona en seguida a consuelos exteriores.
       Guárdate de hablar mucho; mantente apartado y goza de tu Dios. Si tú lo posees a él, ni el mundo todo te lo podrá quitar.
       Yo soy aquel a quien te debes entregar sin reserva, de manera que, libre de toda inquietud, ya no vivas en ti sino en mí.

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