No te ensoberbezcas por la gallardía
y la hermosura del cuerpo que pueden perderse o afearse por una pequeña
enfermedad.
No te engrías por tu habilidad o
talento para no desagradar a Dios al cual pertenece todo lo que de bueno te dio
la naturaleza.
3. No te estimes mejor que otros
para que no seas, quizás, considerado peor ante Dios que sabe lo que hay en el hombre (cfr. Jn. 2, 25). No te
enaltezcas por tus buenas obras porque los juicios humanos son muy distintos de
los de Dios, al cual, muchas veces, desagrada lo que a los hombres agrada. Si
algo bueno tuvieres, para conservar la humildad, piensa que otros son mejores.
No hay nada malo en considerarte por debajo de todos; muy dañino, en vez, es
anteponerte aunque fuera a una sola persona.
En el humilde hay paz indefectible y
en el corazón del soberbio continua envidia e inquietud.
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