martes, 4 de febrero de 2014

Prólogo



¿Tiene sentido editar para el gran público de hoy un libro del medioevo?
No es una ingenuidad ofrecer al gran público cristiano un libro escrito por un monje y para los monjes?
¿Es legítimo presentar un libro en el que el mundo es visto como peligroso para la salvación, cuando la Iglesia exhorta constantemente al compromiso con el mundo?
Justamente hoy que los cristianos hemos adquirido una mayor conciencia de comunidad, de pertenencia a la Iglesia, de solidaridad tanto en la construcción del mundo como en la tarea de la salvación, ¿hay derecho a ofrecer este libro que habla prácticamente con exclusividad del encuentro individual con Dios y de la propia salvación individual?
¿Se puede aceptar aún una obra que prescinde de la historia, cuando se es tan sensible al misterio de la historia de la salvación?
¿Editar este libro en América Latina, después de Medellín y Puebla, después de que la Iglesia optara preferencialmente por los pobres y los jóvenes, e impulsara decididamente a los cristianos a evangelizar las culturas?
Son preguntas muy serias que se planteará quien tome este libro entre sus manos.
Resumiendo todas esas cuestiones podríamos simplemente preguntarnos si aún hoy tiene vigencia este libro que alimentó sólidamente la vida cristiana durante siglos.
Quizá la respuesta podamos hallarla confrontando a grandes trazos la situación del final del Medioevo __ tiempo en que probablemente fue escrita la Imitación___  y nuestra realidad actual.
En aquellos días se reaccionaba contra lo que se había vivido: una inflación de lo intelectual y especulativo en detrimento de la vida espiritual. Mientras lo intelectual y especulativo había ido profundamente unido a una vital actitud de fe __ pensemos en san Buenaventura, san Alberto Magno, santo Tomás de Aquino, y otros, todo había sido armonioso. Pero luego, la armonía entre razonamiento y santidad se pierde. Los grandes maestros de la época hacían hermosas construcciones intelectuales, pero había un progresivo distanciamiento entre la elaboración científica y la vida personal de fe. “El teólogo comienza a ser un especialista de una ciencia autónoma que puede afrontar por medio de una técnica independiente de la propia experiencia personal, de la propia santidad, o aun de su estado de pecado” (François Vandenbroucke, Spiritualità del Medioevo, Bolonia, 1969, p. 245).
Es así comprensible la reacción teñida de cierto antiintelectualismo por parte de grandes maestros de vida espiritual. En este contexto debemos ubicar esta nueva obra.
En ella no se busca tanto comprender como vivir; el afecto y la voluntad tienen la primacía sobre el razonamiento y la inteligencia; la simplicidad reemplaza a la tortuosa elucubración mental.
Esto explica la gran acogida que la Imitación tuviera no sólo en los monásticos claustros, sino también en el pueblo fiel, más sensible a la simplicidad que a la complicación, más ávido de ser buen cristiano, que de conocer intrincadas teorías.
Hoy vivimos de la eficiencia. “Vale lo que pesa”; “lo importante es hacer”. Se buscan caminos para que a un menos esfuerzo se siga una mayor productividad; parece más hombre quien más gana, quien más hace por la ciencia y por la técnica, quien domina los vericuetos de la política y de la economía.
Mucho de ello es bueno y noble.
Pero la Imitación lleva a reconocer una verdad superior. Es más importante ser santo que hacer muchas cosas; la unión con Dios supera todo eficientismo; el progreso sólo es real si se basa en esta verdad fundamental y hacia ella se orienta: el mundo y el hombre son de Dios y para Dios.
Hoy amamos al mundo y lo queremos mejorar. Pero el amor a Dios debe orientar nuestro amor a la criatura. El constante examen de nuestras actitudes a la luz de la fe, deberá hacernos sensibles a no caer en un endiosamiento de la criatura. Es lo que propone la Imitación.
Hoy valorizamos la comunidad, la Iglesia. ¡Gracias a Dios! Pero la comunidad no será cristiana, no será como el Señor la quiere. No es lícito descargar en la comunidad la propia responsabilidad respecto de la fe. Una comunidad de fe y vivencia cristiana sólo es posible cuando sus integrantes viven esa fe. Esforzarse por cambiar de vida, por desapegarse de los falsos encantos del mundo, según lo señala la Imitación, no es individualismo, sino exigencia de la misma comunión eclesial.
Hoy el misterio de la acción salvadora de Dios en la historia atrae visiblemente nuestra atención. Pero a la historia la construimos los hombres, y en ellos se realiza la acción salvífica de Dios. Sólo quien se deja asumir por Dios en el transitar de los tiempos será, en Cristo, constructor de la historia salvífica.
La evangelización de las culturas exige evangelizadores que estén en plena comunión de vida con Jesús.
Sólo puede preferir al pobre quien está desapegado del mundo, quien no se posee ni se busca a sí mismo, quien es propiedad y morada del mismo Dios.
A la adquisición de esas actitudes profundas de cada creyente se dirige esta obra. Entre las enormes riquezas de la realidad actual, hay también un campo de sombras. Hemos olvidado en parte la dimensión ascética de la vida del creyente.
La humanidad caída __en Adán y en la larga historia de pecados__ está profundamente tocada, deteriorada, empobrecida. No le es fácil al hombre remontar sus pasos hacia Dios. Aunque libre de toda culpa grave y vivificado por la gracia de Cristo, el creyente padece el peso del mundo que pretende distraerlo de su fin sobrenatural y soporta la carga de su propio yo que quiere constituirse en principio y fin de todas las cosas.
Necesita un proceso de purificación y ascensión para poder estar en el mundo sin ser del mundo, amándolo y construyéndolo como Dios lo ha dispuesto.
Necesita desapegarse de sí para poder hacer comunidad, para enriquecerla con su propia vivencia de Jesucristo y para unirse a los demás hombres con el fin de acelerar la marcha ascendente de la historia.
La Imitación de Cristo propone el camino. No presenta una doctrina sistemática, sino más bien una colección de consejos, frutos de la experiencia. El autor escribe lo que él mismo ha ido experimentando; pero con una cautela y prudencia tales que permite al lector hacer su propia experiencia, su propio y original camino.
Dado el objetivo que se propone, algunos de los temas más importantes y frecuentes son: la vanidad del mundo, la falsa felicidad, la radical pobreza de los bienes sensibles, el amor propio, los afectos desordenados; y, también, la libertad interior, el abandono total a Dios, la absoluta gratuidad de la gracia, la paciencia, la necesidad de la oración y de la Eucaristía…
Los temas nunca son tratados en sentido meramente moralizador, sino como camino hacia lo único importante: la imitación de Jesucristo, la unión con Dios.
¿Tiene limitaciones esta obra?
¡Por supuesto! No pretendamos encontrar todo en ella. No busquemos aquí ni una teología litúrgica, ni bíblica; tampoco una mística de la Iglesia, Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo; ni siquiera una teología espiritual completa.
Podemos, sin embargo, afirmar que el autor cumple con el objetivo que se propuso, dentro de los límites naturales de su ambiente y de su época.
En la Imitación __leída y meditada criteriosamente, contando con la riqueza que nos brinda hoy la iglesia y el mundo__ encontraremos los fundamentos espirituales ascéticos que nos permitirán con libertad de espíritu, ascender hacia Dios, y desde allí amar y transformar el mundo, vivir en caridad fraterna el misterio de la Iglesia, celebrar la liturgia y conocer sabiamente los misterios de la fe.

***

Esta obra está dividida en cuatro libros, desiguales en amplitud y en estilo. Cada uno de ellos contará con su propia introducción, por lo que no nos entretendremos en presentarlos aquí. Parece claro que no fueron escritos inmediatamente uno después de otro, sino que entre la redacción de uno y otro medió un cierto lapso de tiempo.
Tampoco encontraremos en la cuestión sobre quién es su autor __¿Tomás de Kempis?__ y sobre el tiempo preciso de su escritura __¿siglo XVI?__ . Sobre estos temas aún no hay un total acuerdo entre los expertos1. Lo que sí creemos poder afirmar es que su autor procede de la vida monacal y que son monjes sus inmediatos destinatarios.
La presente traducción ha sido hecha sobre los originales latinos y buscando plena fidelidad al texto, en un lenguaje adecuado al lector actual, en frases cortas y directas; cosa que se ha logrado plenamente. Ella permitirá al lector saborear y meditar con plena comprensión este libro que ha sido, en la historia de la Iglesia, alimento muy nutritivo, tanto para teólogos e intelectuales, cuanto para gente sencilla o de pocas letras.
La presente edición tiene la ventaja de proponer la lectura diaria de un trozo de la Imitación. El texto ha sido dividido de tal modo que permita durante todo un año progresar, día a día, en su lectura y reflexión. Este ritmo que se propone es muy aconsejable ya que no se trata de una obra para ser simplemente leída de corrido, sino poco a poco, progresiva y meditativamente, con el fin de ir haciendo carne sus consejos e ir entrando aplomadamente en su espíritu, para ir apropiándose de la experiencia que presenta.


1 Para el tema, cfr. Albert AMPLE,  Imitation de Jésus-christ (Livre), en Dictionnaire de Spiritualité, París, 1970, Tomo VII, col. 2341-2355. Con amplia bibliografía.

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