3. Los santos empleaban útilmente
todo su tiempo y todas las horas para darse a Dios les parecían cortas. Por el
gran deleite de la contemplación hasta se olvidaban de la necesidad de comer.
Renunciaban a todas las riquezas, dignidades, honores, amigos y parientes; nada
querían del mundo; apenas comían lo estrictamente necesario y se quejaban cuando
debían someterse a las necesidades materiales.
Eran pobres, por lo tanto, en bienes
terrenales, pero muy ricos en méritos y virtudes. Exteriormente padecían
necesidades, interiormente abundaban de la gracia y de los consuelos divinos.
4. Privados
del trato para el mundo, los santos eran íntimos amigos de Dios. En nada se
consideraban a sí mismos. Para el mundo eran unos miserables, pero eran
apreciados y amados por Dios. Perseveraban en la verdadera humildad, vivían
bajo una obediencia sincera, practicaban la caridad y la paciencia y por eso,
cada día, progresaban espiritualmente y aumentaban siempre más en la gracia de
Dios. Fueron puestos como ejemplo a todos los religiosos; y más nos deben ellos
excitar al adelanto interior, que el número de los tibios a la relajación.
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