lunes, 10 de febrero de 2014

Febrero 10


  3. Los santos empleaban útilmente todo su tiempo y todas las horas para darse a Dios les parecían cortas. Por el gran deleite de la contemplación hasta se olvidaban de la necesidad de comer. Renunciaban a todas las riquezas, dignidades, honores, amigos y parientes; nada querían del mundo; apenas comían lo estrictamente necesario y se quejaban cuando debían someterse a las necesidades materiales.

Eran pobres, por lo tanto, en bienes terrenales, pero muy ricos en méritos y virtudes. Exteriormente padecían necesidades, interiormente abundaban de la gracia y de los consuelos divinos.
     4. Privados del trato para el mundo, los santos eran íntimos amigos de Dios. En nada se consideraban a sí mismos. Para el mundo eran unos miserables, pero eran apreciados y amados por Dios. Perseveraban en la verdadera humildad, vivían bajo una obediencia sincera, practicaban la caridad y la paciencia y por eso, cada día, progresaban espiritualmente y aumentaban siempre más en la gracia de Dios. Fueron puestos como ejemplo a todos los religiosos; y más nos deben ellos excitar al adelanto interior, que el número de los tibios a la relajación.

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