miércoles, 26 de febrero de 2014

Febrero 26

          La vida sobre la tierra es verdaderamente una cosa mísera. Cuanto más el hombre aspire elevarse espiritualmente, tanto más la vida se le volverá amarga porque constata plenamente y ve con mayor claridad las deficiencias de la corrupción humana. En efecto, el comer, beber, velar, dormir, descansar, trabajar y estar sujeto a las demás necesidades naturales constituyen, en verdad, una gran miseria y aflicción para el hombre de espíritu que preferiría verse sin esas ataduras y libre, también, de todo pecado.
          3. Efectivamente, el hombre interior se siente muy aplastado por las necesidades de este mundo y es por eso que el Profeta ruega con fervor para verse libre de ellas: Líbrame, Señor, de mis necesidades (Sal. 24, 17).
         ¡Ay de aquellos que no reconocen su miseria!, y, más todavía, ¡ay de los que aman esta vida miserable y corruptible! Porque hay algunos tan apegados a este vivir que, si pudiesen permanecer siempre aquí, aunque fuera con lo puro necesario, mendigando o trabajando duramente, no les importaría nada el reino de Dios.
          4. Son locos y de corazón insensibles. Yacen tan sepultados en lo terrenal que piensan sólo en lo material. Pero, al final, los desdichados, se darán cuenta con dolor cuán vil e inútil fue lo que amaron.

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